Marcos 1, 12-13
Enseguida, el Espíritu lo impulsó hacia el desierto, donde permaneció cuarenta días y fue tentado por Satanás. Durante este tiempo, convivió con los animales salvajes mientras los ángeles le servían.
VER:
El relato de Marcos, aunque conciso, simboliza el desierto como un lugar de prueba y purificación. Aunque no detalla las formas específicas de la tentación ni menciona el ayuno, destaca la presencia de los “animales salvajes” y hace alusión a los 40 días, un período simbólico de opresión y prueba en la tradición bíblica. Jesús enfrentó diversas tentaciones a lo largo de su vida, desviaciones que buscaban apartarlo de su misión divina.
El Espíritu Santo, en este relato, actúa como un impulso que fortalece y anima a Jesús en medio de las fuerzas del mal que intentan obstaculizar el plan de Dios. No le asegura un camino fácil, pero le brinda la fortaleza necesaria para resistir.
Interpretación de los Padres de la Iglesia:
Según San Crisóstomo, Jesús enfrentó las tentaciones para brindarnos una lección sobre la lucha contra el diablo. Su ejemplo nos insta a resistir con paciencia las tentaciones más desafiantes que puedan surgir a lo largo de nuestra vida. Aunque Dios permita las tentaciones, no debemos buscarlas; al contrario, debemos esforzarnos por evitarlas y superarlas.
San Beda, al analizar este pasaje, nos recuerda que al igual que Cristo estuvo rodeado de animales salvajes, nosotros también nos encontramos a menudo rodeados de personas cuyas malas costumbres y maldad pueden dañar nuestra alma. En tales situaciones, es crucial alejarnos de esas influencias negativas y permitir que los ángeles nos rodeen y protejan.
Por su parte, San Jerónimo nos advierte que la carne a menudo puede comportarse como una fiera salvaje, pero una vez que se calma, los ángeles acuden en nuestra ayuda y nos acompañan en nuestro camino espiritual. Esta metáfora nos invita a reflexionar sobre el control de nuestros impulsos y la importancia de buscar la guía divina en momentos de debilidad.
En resumen, las enseñanzas de estos Padres de la Iglesia nos instan a mantenernos vigilantes ante las tentaciones, rodearnos de influencias positivas y buscar la asistencia divina para resistir las fuerzas del mal y fortalecer nuestra fe.
Juzgar:
En la época actual, se observa una notable falta de discusión sobre la existencia del demonio, con una tendencia a negar su presencia y su papel en tentar y apartar a los seres humanos de Dios y del sufrimiento. A pesar de esta corriente de negación, existen grupos y asociaciones, especialmente entre los jóvenes, que adoran al maligno.
Otro aspecto destacado en nuestra sociedad es la aversión al sufrimiento y la falta de preparación de las nuevas generaciones para el sacrificio en beneficio de los demás. Las generaciones más jóvenes tienden hacia el egocentrismo, priorizando la satisfacción personal sobre cualquier otra consideración. Esta actitud se refleja con frecuencia en la vida cotidiana, donde los padres tienden a consentir y obedecer a sus hijos en lugar de establecer límites claros.
Jesús nos brinda un ejemplo claro de cómo prepararnos para los momentos cruciales de la vida a través de la reflexión y la oración. Esta preparación no solo nos ayuda a discernir la voluntad de Dios en nuestras vidas, sino que también nos fortalece para afrontar los desafíos que surgen a raíz de nuestras decisiones en el ámbito personal, profesional y social.
En resumen, es fundamental reconocer la existencia del mal y la importancia de la preparación espiritual y moral para afrontar los desafíos de la vida con sabiduría y fortaleza, siguiendo el ejemplo de Jesús en su enseñanza sobre la reflexión, la oración y la preparación para los momentos cruciales.
Actuar:
Enfrentamos desafíos diarios en nuestra vida familiar, social y laboral, y para abordarlos de la mejor manera posible, podemos considerar las siguientes acciones:
1. Tiempo de Reflexión:
– Retirarnos a un lugar aislado en casa, como nuestra habitación, para dedicar unos minutos a la oración, meditación y reflexión. Este momento de tranquilidad nos permite centrarnos y encontrar claridad en medio de la agitación diaria.
2. Mortificación y Autodisciplina:
– Procurar, al menos una vez por semana, mortificar nuestros sentidos. Esto puede implicar apagar la radio por unos instantes para meditar, reducir la cantidad de una golosina que nos gusta, o asumir responsabilidades en el hogar que nos resulten desafiantes. Estos actos de autodisciplina fomentan la fortaleza interior y la superación personal.
3. Sacrificio con Propósito:
– Es importante recordar que sacrificarse por el simple hecho de hacerlo puede derivar en masoquismo. Sin embargo, cuando ofrecemos nuestros sacrificios por una causa mayor, como las necesidades de la Iglesia, la familia, la conversión de los pecadores, entre otros, su valor se magnifica y se une a los méritos de Cristo, adquiriendo un significado espiritual profundo y trascendente.
4. Participación en Retiros Espirituales:
– Asistir a retiros organizados por la parroquia o alguna asociación religiosa puede ser una experiencia enriquecedora. Estos retiros ofrecen un espacio de reflexión, oración y crecimiento espiritual que nos ayuda a renovar nuestra fe y fortalecer nuestra conexión con lo divino.
En resumen, al dedicar tiempo a la reflexión, practicar la autodisciplina, ofrecer sacrificios con propósito y participar en retiros espirituales, podemos fortalecer nuestra vida espiritual y enfrentar los desafíos cotidianos con mayor claridad, fortaleza y propósito.
Anécdota: Un Cambio de Perspectiva a Través del Sacrificio
Cuando era niña, una de las tareas que más detestaba era lavar los platos después del almuerzo. Cada vez que mi mamá me pedía que lo hiciera, me invadía un sentimiento de desagrado que me llevaba a llorar, patalear y rebelarme, como si fuera una tarea imposible de realizar.
Sin embargo, todo cambió durante una clase de religión en el colegio, donde la Hermana nos habló sobre el valor del sacrificio y compartió ejemplos inspiradores de los sacrificios de los santos. En particular, mencionó cómo Santa Teresita del Niño Jesús logró la conversión de un preso condenado a muerte a través de sus oraciones y sacrificios.
Inspirada por estas enseñanzas, decidí poner en práctica lo aprendido. La próxima vez que mi mamá me pidió que lavara los platos, no solo acepté con gusto, sino que lo hice con una actitud renovada. Cada plato, vaso, cuchillo y cuchara que lavaba iba acompañado de una intención: “Te lo ofrezco por la salvación de un alma” o “Te lo ofrezco por los misioneros”.
Con el tiempo, este acto de sacrificio se convirtió en algo más que una tarea doméstica. Comencé a buscar más formas de servir y ayudar, ampliando mi labor de lavar platos a limpiar cazuelas, utensilios de cocina, estufas, mesas y, finalmente, barrer y trapear el piso. Lo que una vez fue una carga se transformó en una oportunidad para crecer, servir y ofrecer cada acción por una causa mayor.
Conclusión:
La experiencia de Jesús en el desierto nos brinda una poderosa lección sobre la importancia de retirarnos en oración para cumplir con la misión que se nos ha encomendado en la vida. A través de la oración, podemos fortalecernos para resistir y vencer no solo las tentaciones del enemigo de nuestra salvación, sino también para superar nuestras propias debilidades y convertirnos en mejores personas y cristianos.
Es fundamental revalorar el sacrificio y la mortificación, no solo como medios para vencer nuestras malas inclinaciones, sino también como formas de colaborar en la salvación y satisfacer las necesidades de los demás. Al unir nuestros sacrificios con los de Cristo, podemos contribuir de manera significativa al bienestar de la comunidad y al crecimiento espiritual colectivo.
Este proceso de aprendizaje personal no solo nos beneficia a nivel individual, sino que también nos capacita para transmitir estas enseñanzas a los demás, convirtiéndonos en agentes de cambio tanto a nivel personal como comunitario. Especialmente los padres tienen la responsabilidad de enseñar a sus hijos el valor del sacrificio, no como algo negativo, sino como una oportunidad para unir sus esfuerzos con los de Cristo y hacer el bien a los demás.
En resumen, al seguir el ejemplo de Jesús en el desierto, revalorar el sacrificio y la mortificación, y compartir estas enseñanzas con los demás, podemos contribuir a un mundo más compasivo, solidario y espiritualmente enriquecido.
Para Reflexionar:
1. ¿Se valora el sacrificio y la mortificación en la sociedad actual?
2. ¿Es importante que los padres enseñen a sus hijos que no siempre se tiene lo que se quiere?
3. ¿Pueden los padres enseñar a sus hijos a hacer pequeños sacrificios adecuados a su edad?
En general, promover la valoración del sacrificio, la enseñanza de la gratitud y la práctica de pequeños actos de generosidad desde la infancia puede contribuir significativamente a la formación de individuos empáticos, responsables y comprometidos con el bienestar de la sociedad en su conjunto.
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Dios nos bendiga.
Fuentes del Artículo:
– Catena Aurea, Comentarios al Evangelio, San Marcos, Santo Tomás de Aquino, Ivory Falls Books, 2016
– Biblia de Jerusalén, Editorial Desclée, 1992


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